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LE DOSSIER 51

LE DOSSIER 51


LE DOSSIER 51
Título original: Le dossier 51; Año de producción: 1978; País: Alemania, Francia; Dirección: Michel Deville; Intérpretes: François Marthouret, Claude Marcault, Philippe Rouleau, Jean Dautremay, Gérard Dessalles; Argumento: Gilles Perrault (Novela); Guión: Michel Deville; Música: Jean Schwarz; Fotografía: Claude Lecomte; Duración: 108 min.
Película extraña, magnética, absorbente, desconcertante, inquietante y, finalmente, terrible. La adaptación que realiza Michel Deville de la novela de Gilles Perrault es toda una rareza propia del cine de los setenta. El protagonista, Dominique Auphal es un diplomático francés cuya vida, aparentemente feliz, ha discurrido en tranquilos destinos profesionales en los cuales ha ido haciendo mudos méritos que le han servido para ascender poco a poco en su oficio hasta ser elegido como miembro de un importante organismo internacional de supervisión del desarrollo del Tercer Mundo. Ello puede ser la puerta a una futura brillante carrera, pero de momento tiene una consecuencia imposible de prever. De repente, Auphal se convierte en el nombre para un archivo: 51. Auphal-51 es un hombre observado, vigilado las veinticuatro horas, y su vida se convierte en objeto de estudio para un grupo paragubernamental que pretende utilizarle como medio para influir en el organismo del cual va a formar parte y obtener así vía libre para sus proyectos y un beneficio para sus objetivos. Utilizando conexiones con los servicios secretos y modos y maneras del espionaje al más puro estilo de James Bond, la vida de Auphal es desmenuzada hasta sus últimos recovecos: la historia de su familia, su nacimiento, la muerte de sus padres, las vivencias durante la Segunda Guerra Mundial y el servicio militar durante la independencia de Argelia, sus estudios, sus amores, su matrimonio, su relación con su esposa, el nacimiento de sus hijos, su trayectoria profesional… Y lo más importante para quienes buscan información con el fin del chantaje: secretos, mentiras, datos ocultos con los que poder influir en la voluntad de su víctima. La película constituye un documento formal impresionante. No está narrada al modo clásico de planteamiento, nudo y desenlace, sino que se cuenta desde el punto de vista de los investigadores. Su sustrato no lo constituyen escenas y secuencias convencionales, sino un acopio de vídeos, fotografías, escuchas ilegales, seguimientos callejeros, infiltración de agentes, cámaras ocultas, reuniones del personal de investigación para compartir datos y establecer directrices de averiguación… Todo ello con Auphal de fondo, de oídas o a distancia, nunca como protagonista de una escena por sí mismo. La diversidad de formas, ritmos, estéticas y soportes a través de los cuales la película se acerca a la figura de un personaje ficticio, recuerda, por un lado, a la sistemática documental, mientras que por otro supone una apasionante crónica de investigación en torno a un individuo, que incluye todos los aspectos de su vida profesional y personal. La película se convierte así en un film atípico, en el que la acción resulta verdaderamente estática mientras que los personajes, simplemente, no existen, se limitan a una recopilación de datos en cuanto al protagonista se refiere y a la más radical opacidad respecto a los investigadores, de los que no se conoce ningún rasgo de su personalidad. Utilizando una amplia gama de ricos recursos narrativos que van desde la cámara en mano a un inteligente uso del sonido como vehículo de intriga y de información al espectador, la historia se nos cuenta a través de un puzzle de imágenes, grabaciones de audio, fotografías, testimonios de antiguos conocidos de Auphal mostrados con cámara subjetiva, sin una sola escena concebida en una narrativa directa o dramatizada. Si bien en este aspecto resulta una película fría y distante, burocrática y procedimental, constituye sin embargo un apasionante relato de investigación, una crónica despiadada sobre la sociedad de la información, y un alegato demoledor sobre las contradicciones y los límites del derecho a la vida privada supuestamente protegido por la ley. El año de su filmación, 1978, responde precisamente a un clima desestabilizador instalado en las sociedades occidentales tras fenómenos como el caso Watergate ya tratado en películas como Klute, de Alan J. Pakula, o La conversación, de Francis F. Coppola, un periodo enfermizo de miedo inoculado en la sociedad a través del tratamiento de asuntos relacionados con la Guerra Fría y siempre con la seguridad como excusa para un mayor control de las actividades de los ciudadanos a través de mecanismos ajenos a la supervisión legal y judicial. Una sociedad paranoica y angustiada, aprisionada por intereses que escapan a cualquier Constitución o código legal y ante la que el poder no vacila en utilizar todos los medios, legítimos o no, a su alcance a fin de conseguir sus fines. El final de 51 es el final de una sociedad en la cual las libertades y los derechos son sólo nominales. Deliberadamente, Deville omite en la película la naturaleza, los objetivos o los intereses del grupo investigador y de quienes los sustentan. Estamos bajo el ojo del poder, las nuevas tecnologías no son más que migas de pan a través de las que seguir nuestro rastro sin que lo notemos y evaluar así nuestro comportamiento, nuestros gustos o el sentido de nuestro voto. Alguien vigila, pero no es precisamente para nuestra protección: la información es poder; el auténtico poder no se somete a ninguna ley.

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