FERRAN ADRIA EN LA DOCUMENTA DE KASSEL 2007
Ferrán Adriá, el cocinero super guai, ha sido invitado a la Documenta de Kassel de 2007. En un artículo publicado en e-barcelona se explican los pormenores de esta sorprendente (?¿) decisión y, como todos los textos de arte de este portal, se ilustra con una foto del urinario de Marcel Duchamp. Desde el mundo del arte no cesan las críticas acusando a Adriá de intrusismo y a los comisarios de contribuir a la elitización del arte. Personalmente, me muero de risa.
Que me disculpen los puristas y los genios de carné pero todas las ferias de arte son eventos de y para las élites. Si aceptamos que el sistema del arte se articule en torno a citas como la Documenta, no veo qué problema plantea invitar también a un cocinero de élite a formar parte el circo. Cenar en el Bulli es muy caro pero menos que una pieza de videoarte del montón, por poner sólo un ejemplo. Ambas se muestran en pulcras estancias con decoración minimal y construyen significados que van más allá de los materiales que utilizan. Obviamente, nunca he comido en el Bulli pero no creo que lo que se cuece allí tenga algo que ver con dar de comer, que es en lo que consiste la cocina aunque reciba el nombre pomposo de Haute Cuisine. No nos engañemos. Nadie en su sano juicio va al Bulli a disfrutar de los platos sino a participar en un ritual de pertenencia, una especie de acto iniciático que legitima su identificación con una determinada clase social. Y es la misma vaina que justifica esa idea del arte como algo exclusivo que es la que se promueve desde las grandes estructuras como la Documenta.
Como demostró Duchamp, y muchos otros después, el arte no es un profesión cualquiera y desde luego no tiene nada que ver con la inspiración divina. El arte es un gesto, un proceso de legitimación en el que todo vale. Si aceptamos que un urinario esté momificado en un Museo y que todo lo que se presente en un contenedor artístico se convierta en arte por el mero hecho de haber recibido un sello de autorización, no veo por qué la espumita de gengibre tendría que recibir un tratamiento distinto. La Haute Cuisine es una pijada para gente ociosa que consiste en manipular alimentos de manera creativa y dotar al resultado de un sentido que va más allá de lo que esos elementos significan por sí mismos, si nunca hubiesen salido de la nevera. A esto se le llama re-semantización y es exactamente lo que hace el arte, al menos buena parte de lo que se ha calificado como tal en el siglo XX.
El problema es que, probablemente, Adriá estaría recibiendo las mismas críticas si hubiese sido invitado a cocinar en la galería underground de su barrio. Tanta interdisiplinariedad, tanto discurso demagógico sobre el arte y la vida y en el momento en el que un cocinero entra en la jaula sagrada, los defensores del santa sanctorum de lo artísticamente correcto le saltan encima. A mí lo que me molesta no es que a Adriá le inviten a la Documenta sino que mi abuela no esté dando talleres de cocina en una galería. Que no se considere arte el reciclaje de restos que todos hacemos a diario en nuestras cocinas. O que se siga confundiendo el arte como interpretación creativa del mundo con el mercado que lo legitima y hace de él un divertimento para coleccionistas.
Robado de
http://ptqkblogzine.blogia.com/
Que me disculpen los puristas y los genios de carné pero todas las ferias de arte son eventos de y para las élites. Si aceptamos que el sistema del arte se articule en torno a citas como la Documenta, no veo qué problema plantea invitar también a un cocinero de élite a formar parte el circo. Cenar en el Bulli es muy caro pero menos que una pieza de videoarte del montón, por poner sólo un ejemplo. Ambas se muestran en pulcras estancias con decoración minimal y construyen significados que van más allá de los materiales que utilizan. Obviamente, nunca he comido en el Bulli pero no creo que lo que se cuece allí tenga algo que ver con dar de comer, que es en lo que consiste la cocina aunque reciba el nombre pomposo de Haute Cuisine. No nos engañemos. Nadie en su sano juicio va al Bulli a disfrutar de los platos sino a participar en un ritual de pertenencia, una especie de acto iniciático que legitima su identificación con una determinada clase social. Y es la misma vaina que justifica esa idea del arte como algo exclusivo que es la que se promueve desde las grandes estructuras como la Documenta.
Como demostró Duchamp, y muchos otros después, el arte no es un profesión cualquiera y desde luego no tiene nada que ver con la inspiración divina. El arte es un gesto, un proceso de legitimación en el que todo vale. Si aceptamos que un urinario esté momificado en un Museo y que todo lo que se presente en un contenedor artístico se convierta en arte por el mero hecho de haber recibido un sello de autorización, no veo por qué la espumita de gengibre tendría que recibir un tratamiento distinto. La Haute Cuisine es una pijada para gente ociosa que consiste en manipular alimentos de manera creativa y dotar al resultado de un sentido que va más allá de lo que esos elementos significan por sí mismos, si nunca hubiesen salido de la nevera. A esto se le llama re-semantización y es exactamente lo que hace el arte, al menos buena parte de lo que se ha calificado como tal en el siglo XX.
El problema es que, probablemente, Adriá estaría recibiendo las mismas críticas si hubiese sido invitado a cocinar en la galería underground de su barrio. Tanta interdisiplinariedad, tanto discurso demagógico sobre el arte y la vida y en el momento en el que un cocinero entra en la jaula sagrada, los defensores del santa sanctorum de lo artísticamente correcto le saltan encima. A mí lo que me molesta no es que a Adriá le inviten a la Documenta sino que mi abuela no esté dando talleres de cocina en una galería. Que no se considere arte el reciclaje de restos que todos hacemos a diario en nuestras cocinas. O que se siga confundiendo el arte como interpretación creativa del mundo con el mercado que lo legitima y hace de él un divertimento para coleccionistas.
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